El arcoiris no es como creías, ¿verdad? Así te hablo a tí, que con toda la condescendencia del mundo me miras, tras tu mesa llena de colores sin usar, con tu cara cuya única utilidad es sostener gotas de sudor. Posando para mí. Posando para mi odio. Como un adolescente saturado de estupidez alimento una ira injustificada para asumir el deseo de asesinarte... para darle rienda suelta... quiero darte caza porque no soporto verte cada vez que paso delante de un espejo.
Un cabrón que me mira y me viene con no sé qué mierdas de salir adelante. Si entrase en mi cabeza por mi nuca vería a un tipo encerrado dentro, apoyándose en la pared interna de mi cráneo, buscando un modo de salir. "Pide perdón, siéntelo". Siéntelo tú, cabrón. Ver para creer. Y lo digo literalmente. Esta no es una de esas historias en las que lo más importante es saber qué ha pasado en realidad. Y una mierda. Esta no puede ser una de esas historias de "el marido llevaba diez años muerto". Alguien me la está jugando. Esto no es el cambio de rollo en la proyección de una película.
Tú lo dijiste. Y el niño que guardaba las abejas tiró de la cuerda, desatando el infierno y todo lo que vive dentro de él. El asiento delantero del coche tenía una estrella roja cuando levantó a su hermano con todo el cuidado que pudo. Su cara no parecía su cara, hinchada, demasiados aguijones anidando sobre sus ojos, cobrando vida y hundiéndose buscando el alma. No había compasión en los ojos del hombre de verde cuando se asomó a buscar fantasmas por la ventanilla del coche. Cogió el pelo del flequillo del niño entre sus dedos y lo miró como si no lo hubiera visto nunca antes. No había nada más que el deseo de deshacerse de lo que había ocurrido como si se despegara una mierda del zapato. Incluso cuando se quedó en el arcén, viéndo alejarse el coche, lo único que fue capaz de decir fue: óyeme, he llegado a la conclusión de que lo único que puedo hacer cuando no hay nada a lo que matar, es extinguirme.