soy un hombre pero parezco un plato
lunes, abril 11, 2005
arden las manos


Lo más acertado que se puede decir de ella es totalmente inexplicable: siempre ganaba a la primera cuando jugaba a ese juego.

Él dejó de estar enfermo, pero sus ojos seguían siendo los mismos. Caminaba normalmente, ya no cojeaba ni tenía llagas en la boca, pero sus ojos conservaban el gris del enfermo. Su cuerpo funcionaba pero él se había quedado rezagado por dentro, acogido por los rincones que cuidan de sus muertos.
Sin los oscuros privilegios de la belleza, la juventud era un espacio sin tiempo, una rueda claveteada que recorre una y otra vez, incansable, cada surco del cerebro hasta convertirlo en una masa irreconocible de culpa, lamentos y desesperación. Vivía entre el perro y el lobo, entre el crepúsculo y el golpe de viento que arranca la vida de las plumas de los pájaros.

También es importante saber qué ocurrió con ella tras ganar el juego.
Sentada en una cafetería leía un libro, un volumen grueso, tapas de cuero, antiguo, pero su contenido no lo era en absoluto. La cafetería estaba llena de gente. Poco a poco, mientras pasaba las páginas, la gente se fue marchando. Cuando se quedó sola entró un hombre viejo, con abrigo rojo y la cara surcada de venas capilares amoratadas. Sacó una mano del bolsillo sosteniendo una pistola y apuntó hacia ella. Ella no podía creer lo que estaba sucediendo. El hombre disparó y se fue por donde había venido. La bala alcanzó el libro, que saltó de sus manos al suelo. Tardó en mirar hacia su pecho para buscar el agujero rojo. No había agujero, ni rojo ni de ningún color. En el suelo el libro estaba abierto por la página hasta la que había llegado la bala. Al lado del plomo vencido estaba escrito: Un esqueleto se ha sentado en mis pupilas y entre sus dientes me está mordiendo el alma.
2 Comments:
Anonymous Anónimo said...
También sería importante saber de dónde sacas estas cosas

a saber... casi seguro que de algún lugar de la medulla oblongata o de cualquier otro lugar primitivo y poco racional